lunes, 28 de noviembre de 2011

5.


Por más que traté no pude dar con Ian después de clase, el viernes tampoco lo vi y me marché a casa con el indeseable sabor amargo en la boca del estómago, sabía que había arruinado algo con mis palabras, ¿habría muerto alguien especial para él? quizás sus padres habían sido asesinados…. quizás…
Tan despistada iba en mis pensamientos y en Ian -del cual por cierto sabía su nombre y su grado y nada más, ¿cómo encontrar a un chico en una escuela de dos mil alumnos y casi doscientos de ellos en el último año? – que no fui lo suficientemente rápida para evadir a la novia muerta, y aquí está el otro problema, por alguna razón (quizás porque están muertos) suelen enfadarse con mucha facilidad, apenas vi a Karen supe que ya se había hartado del papel de novia sufrida y ahora quería desquitarse con alguien, ¿con quién? Ah sí, conmigo, que novedad.

- ¡Contigo quiero hablar! – gritó.
- ¿Con alguien más puedes hablar? – pregunté, sí, soy tan bruta que no puedo evitar el ironismo incluso teniendo a un fantasma mal humorado al lado.
- ¿Vas a ayudarme o no? – la miré y conté hasta 10 antes de abrir la boca y replicar.
- ¿Has descubierto tu asunto pendiente?
- Sí.

¿Había dicho que sí? Abrí los ojos sorprendida.

- ¿Qué es?
- No quería casarme con Chris…

Arrugué el ceño y tuve que caminar un buen par de pasos para esconderme en los jardines, esta súbita declaración era para una conversación larga y tendida, mala suerte para mi y mi cansancio post semana-de-mierda.

-  A ver si entendí… hasta ayer escuchaba tus llantos por haber muerto antes de casarte ¿y ahora me dices que no querías casarte? ¿y qué demonios pasó con eso de decirle a Chris que lo amabas y todo ese royo?
- Lo amo pero no quería casarme con él.

Juro que gustosa le hubiese golpeado la cabeza con mi tabla de skate, lástima que ese día no la hubiese llevado a la escuela y estuviese arriba en mi habitación.

- ¿Entonces?
- Tienes que decirle a Chris que no guarde duelo eterno por mi, tienes que decirle que debe casarse, avanzar, ser feliz, debes decirle que…
- Espera un momento, ¿tienes idea de lo que haría Chris si ve aparecer a una chica desconocida diciéndole todas estas… barbaridades? – me miró taciturna y comprendí que Karen era lista para algunas cosas, pero para otras…- ¡Llamaría a la policía! – exclamé.- Eso no funcionará…
- Pero…
- Escúchame bien… escribirás una carta…
- Una… ¿carta?
- Sí, una carta…- dije mientras abría mi mochila, sacaba un cuaderno y un bolígrafo.- Escribirás una fecha anterior a tu muerte, le explicarás el por qué no querías casarte, le pedirás que siga con su vida, le explicarás todo y yo le iré a dejar esa carta…
- Pero…
- ¿Qué? – pareció ser que mi cara fue lo suficientemente intimidante porque aceptó sin chistar nada más.

Media hora después al fin terminaba la dichosa carta, no sin antes haberse llorado un río entero y haber desechado casi la mitad de las hojas de mi cuaderno por arrepentirse de lo que escribía, aunque al fin todo había valido la pena, tenía en mis manos la carta de puño y letra de Karen, él había sido su prometido, tenía que reconocer la caligrafía de su futura esposa, ¿no?

- ¿Y con eso será suficiente?
- Sí… le harás saber lo que no pudiste decirle en vida.- repliqué aliviada. Iría a dejar la carta a primera hora de la mañana y al fin me libraría de Karen.
- ¿Y luego qué pasará?
- Seguirás tu camino.
- ¿Dónde? – entonces de pronto parecía asustada.
- Pues… que se yo, ¿al cielo?
- ¿El cielo existe?
- No lo se, nunca he ido…
- Pero…
- Adiós, Karen…- repliqué comenzando a caminar hacia la entrada de mi edificio.
- ¡Gracias! – gritó a mis espaldas, como respuesta sólo levanté la mano alzando el pulgar.

Y todo por querer ayudar a una chica llorona en la calle…

Llegué a casa y me sorprendí de escuchar bulla dentro, generalmente al llegar de la escuela siempre estaba vacía, mi madre solía trabajar hasta tarde en el hotel y mi padre, bueno, siendo editor en Jefe de un periódico generalmente no lo abandonaba hasta muy entrada la noche, sin embargo ahí estaban los dos, mi padre poniendo la mesa y mi madre canturreando en la cocina. Dejé la mochila en el piso y me crucé de brazos, casi aguantando la sonrisa de incredulidad.

- ¿Y qué celebramos?
- Nuestro primer mes en Chicago, cariño…- respondió papá abrazándome y caminando junto a mi en la cocina, mi madre tenía una de esas sonrisas de oreja a oreja que sólo las tiene cuando ha logrado que un plato suyo sea la portada de la revista Gourmet o como cuando salen criticas de muchas estrellas de sus comidas.
- Creo que tú también mereces celebrar ¿no, Aria? – preguntó ella sirviendo una copa de vino blanco y pasándomela. Miré a mis padres como si se les hubiese soltado un tornillo.
- ¿En serio me están dejando beber alcohol?
- Es sólo vino, Aria, no seas melodrámatica…- dijo mi padre, riéndose.
- Además es una celebración…- añadió mi madre sirviendo otras dos copas.- La comida estará en unos minutos, pero ¿qué tal un primer brindis?

Se podría decir que fue la primera vez en muchos meses que vi a mis padres tan felices, quería pensar que su causa de felicidad no era única y exclusivamente por el hecho que Leighton y Patrick se la habían pasado muchas tardes en mi casa, quiero decir ¿tan desdichados hacía a mis padres el hecho de que no tuviese amigos que ahora era necesario hacer un banquete y celebrar con vino?

- ¿Qué tal las cosas en el periódico, papá? – pregunté mientras comía la suculenta cena preparada por mi madre.
- Agotador, bastante estrés pero es un buen equipo.- respondió asintiendo con la cabeza- Hay mucho protocolo atrapado con el diario eso sí, reportajes que estamos obligados a cumplir, Chicago es una ciudad con historia, demasiada… al parecer estoy obligado a publicar al menos un reportaje mensual que trate algún aspecto histórico de la ciudad.
- Pero eso gusta a la gente, ¿no? – repliqué.
- Supongo, pero deja de ser agradable si estos… señores, comienzan a meter mano en la línea editorial del diario.
- Entiendo…
- ¿Y que tal tu escuela? ¿Le has pasado el libro a tu amigo Patrick? ¿Qué te ha dicho?

A esas alturas el que dijesen que eran mis amigos ya no me molestaba, se podría decir que sí, en cierta forma Leighton y Patrick se estaban transformando en mis amigos, lo cual era genial y a la vez algo que me producía temor, por primera vez en mucho tiempo estaba haciendo amigos de verdad (o eso creía), lo cual era todo un nuevo terreno para mi, sólo sabía una cosa: debía ser más precavida que nunca.

- Casi se ha puesto a llorar, papá…- respondí finalmente mientras sonreía.
- Dile que puede quedárselo…
- ¿Qué? – lo miré sorprendida.- Pero pá, es tu…
- Me agrada ese chico… - entonces fue el minuto de la desconfianza.
- ¿No estás haciendo esto para asegurarte que Patrick sea mi amigo o si? – esta vez los miré a ambos y pude leer que mi madre estaba pensando exactamente lo mismo. Rodé los ojos- Oh, vamos, ¿en serio no me creen capaz de hacer amigos por mi misma? – el silencio precedido a esa pregunta me hizo súbitamente enfadar, sí, sabía que probablemente era un fiasco en mis relaciones interpersonales pero en las últimas semanas creía haberles demostrado que podía hacer amigos si quería… - Con permiso…- dije levantándome de la mesa.
- Aria…
- Se me ha quitado el hambre.

Ni siquiera vi los rostros de mis padres cuando abandoné la mesa y fui a encerrarme a mi habitación, sabía que quizás había armado una tormenta en un vaso de agua, pero es que… suspiré y me recosté en la cama mirando hacia el techo, quizás era todo lo pasado los últimos días que me había hecho explotar de una manera tan “no yo” como en ese instante. La escuela nueva, este nuevo par de amigos, la prometida muerta, Ian…

Ian.

- Estás triste… - sonreí, sin siquiera abrir los ojos sabía que Max se encontraba hincada junto a mi en la cama.
- Estoy abrumada…
- ¿Qué es abrumada?
- Te lo expliqué la otra vez…
- Me gusta que me expliques cosas… ¿Por qué estás triste? – volvió a preguntar, entonces abrí los ojos mirando su rostro y su cabello ordenado en perfectos bucles.
- ¿Te parezco triste?
- Ahá… - dijo apuntando mi rostro. Suspiré.
- Quizás porque creo que hice daño a una persona, aunque fue sin querer…
- ¿Le golpeaste? – lancé un bufido.
- No, Max, dije algo que al parecer no debía…
- ¿Y por qué no te disculpas?
- Lo haré.
- Podrías hacerlo ahora.
- No podré hasta el lunes, es un chico de mi escuela…
- Ah… ¿Y es guapo? – sonreí, Max era una extraña mezcla entre una niña real con una niña que ha visto y escuchado demasiado.
- Sí, lo es…
- ¿Guapo como Jim Morrison?
- Así de guapo…- afirmé mientras tapaba mi rostro con el brazo.

Las preguntas de Max me habían llevado inevitablemente a pensar más detalladamente en Ian, su rostro perfilado, el color de sus ojos, su cabello desordenado, su estilo…

- Oye, Max… mañana debo ir a hacer un favor, ¿me acompañas?
- ¡Si! Será como nuestro primer viaje por Chicago… ¿dónde iremos?
- A hacer un encargo…- abrió los ojos como dos melones y se acercó más aún, siempre lo hacía cuando algo le interesaba realmente.
- ¿Para alguien como yo?
- Ahá.
- ¿Entonces ya sabe lo que dejó pendiente?
- Ahá…
- ¿Y qué es?
- Decirle a su prometido que no quería casarse…- Max arrugó el ceño y me miró confundida.
- ¿No es un poco desconsolador eso, Anne? – me encogí de hombros.
- Supongo que sí…
- Los adultos son tan extraños…

Esa noche me dormí muy tarde, no tenía sueño y por muchas razones me sentía cabreada, puse la música a mucho volumen para así poder conversar con Max sin que mis padres me creyeran más loca y retrasada aún, aproveché de desempacar las últimas cajas que aún no ordenaba y puse el despertador temprano para terminar por fin con la historia de la novia muerta.

Al día siguiente me levanté temprano, lo suficiente para no toparme con mamá en la cocina y aún cuando sentí a papá deambular por su habitación no salió a la cocina y pude desayunar tranquila, eso era lo bueno de mis padres, sabían cuando no debían hinchar las pelotas, de alguna forma aún me dolía que ellos creyesen que necesitaba “comprarme” a mis amigos, aunque tampoco los culpaba, todo había sido por mi y el maldito don de hablar con los muertos…

- ¿Iremos en metro? – preguntó Max cuando salíamos del edificio caminando juntas.

Sonreí. Por alguna razón ella adoraba andar en transporte público, aunque sólo lo hacía cuando yo la invitaba a acompañarme a algunos de mis “trabajos”, a pesar que sabía que podía deambular sola nunca lo hacía, supuse que aún conservaba eso de su pasado de niña humana. Nos subimos en la estación que a pesar de ser sábado y las nueve y media de la mañana estaba llenísima, pasamos por varias estaciones hasta que le hice la seña a Max que en la siguiente nos bajaríamos, resulta que el novio de la chica muerta era dueño de una florería en pleno centro de Chicago. Caminamos un par de cuadras y entonces la vi, en plena esquina, de fachada de madera pintada blanca y verde, con vitrinas llenas de flores, ese tipo de tiendas que son tan monas que hasta salen en las películas. Sujeté la carta entre mis manos y entonces entré, el local olía exquisitamente bien, completamente iluminado, lleno de todos los tipos de flores que podías imaginar, no conocía el nombre de ninguna porque nunca he sido una chica de flores, no se si lo han notado pero de hecho jamás en mi vida he tenido novio ni he sido invitada a un baile escolar o algo por el estilo, así que de flores…

- ¿Busca algo en particular? – me volteé y una chica joven me miraba con una sonrisa amable.
- En realidad busco a Chris, el dueño… - entonces la sonrisa de la chica desapareció como por arte de magia.
- Oh, bueno…
- Tengo algo que entregarle…- dije mirando la carta entre mis manos- algo que era de Karen…
Fueron las palabras mágicas, la chica me miró unos segundos y desapareció detrás del mostrador. Me apoyé y comencé a admirar el local, era realmente bonito.
- ¿Te han regalado flores alguna vez, Anne? – preguntó Max mientras hurgueteada entre los maceteros y floreros llenos.
- Nop.
- ¿Nunca, nunca?
- No…- la mocosa tenía sus formas de hacerme sentir más deprimida aún.
- ¿Me buscabas?

Me volteé y entonces por segundos titubeé de todo el encargo que tenía que hacer ahí, frente a mi un sujeto joven, bastante guapo pero con la mirada y semblante más triste que podrías imaginar me observaba fijamente.

- Alexa me ha dicho que traes algo que pertenecía a Karen…- comentó luego de ver que yo parecía querer decir nada.

Asentí y miré la carta entre mis manos.

- La verdad es que… ella escribió esto para ti…
- ¿Para mi?- entonces él también miró el sobre en mis manos.
- Lo hizo antes de… morir… se suponía que te la iba a entregar a ti pero… - por alguna razón mi cerebro estaba en coma y no podía enhebrar las palabras, así que sólo estiré la mano y le pasé el sobre.
- Ella te quería mucho, quería que lo supieras…
- ¿Conocías a Karen?- preguntó.
- Algo así…- respondí evasiva.- Yo… lo siento, ya debo irme, ella quería que tú leyeras esto… y… ella quisiera que tú fueses feliz…

Nos miramos unos segundos y yo supe que era mi momento de huir de ahí.

- Nos vemos, Chris…- dije antes de salir a toda marcha de la florería y perderme entre la muchedumbre en las calles de Chicago.

Por alguna razón la mirada triste del sujeto no me la podía quitar de encima, era una de las cosas que detestaba de hacer los encargos de ellos… muchas veces yo era la encargada de romper los corazones de quienes estaban vivos… sabía que la carta de Karen destruiría a Chris… sabía que jamás la entendería… y eso me dejaba a mi con una inquietante sensación de angustia.

sábado, 26 de noviembre de 2011

4.

Confieso que siempre me han gustado los libros de Harry Potter, aunque se que con esta confesión sumado al hecho que veo a la gente que está tiesa en sus baúles me relega al último eslabón de la cadena evolutiva social, pero sí, me fascina, desde que descubrí esos libros cuando tenía 9 años fueron algo así como mi salvavidas personal y único, ¿qué importaba ver fantasmas si tenía El Cáliz de Fuego recién comprado en mis manos? Me gustaba porque en ese mundo de fantasía todos podían ver a los fantasmas, así que me gustaba imaginar que yo era una de esas estudiantes del colegio de magia y mi “don” ya no era nada fuera de lo común, yo en el mundo de J.K. Rowling sería una más, que cool ¿uh?

Y se podría decir que nunca dejé de leer los libros y hasta ahora cada vez que tengo la cabeza muy llena de mierdas pesco uno y me lo devoro a manera de olvidar que existo y que hay una chica muerta de 20 años esperando en la calle bajo mi edificio. Resulta que siempre que me pasan cosas buenas (como sobrevivir a mi segunda semana de escuela de manera asombrosa y casi anónima) a la par tiene que pasarme algo malo, más o menos así funciona el karma, mi karma, descubrí que soy de las personas que llama a la mala suerte como si tuviese un imán en mi espalda, y todo pasó ayer, cuando llegaba de mi segundo viernes escolar en Chicago, mientras buscaba las llaves para abrir el portón sentí el desconsolado llanto de una chica, como era de esperar no pensé que podría tratarse de un muerto, ya saben, la chica lloraba mucho y bueno, que se yo…. la Sor Teresa de Calcuta que habita en mi me obligó a ir a ver si podía ayudarle en algo, entonces pasó lo que siempre pasa cuando meto la pata a fondo: abrió los ojos, me miró como si tuviese tres cabezas y pronunció la frase del terror número tres: Puedes verme…

Resulta que ser fantasma no es nada de fácil, es casi una cosa que requiere práctica y esfuerzo personal (aunque cueste creerlo, los muertos siguen esforzándose en cosas, lo cual por cierto no es nada alentador, sobre todo cuando mi abuela materna me repite siempre la frase de “podrás descansar cuando mueras”, a veces me dan ganas de rebatirle aquello, pero entonces tendría que entrar a explicarle que hablo con los muertos, entonces todo sería un lío), volviendo al punto, generalmente los fantasmas novatos no pueden ser vistos por la mayoría de las personas, son los fantasmas más… “experimentados” los que controlan eso de ser vistos en el plano terrenal a gusto, y digo generalmente porque siempre hay superdotados que apenas horas de muertos pueden controlar eso de ir a visitar a su ex novio y hacerle el susto macabro de sus vidas.

Retomando la historia de la chica que lloraba histéricamente, apenas dijo la típica y horrorosa frase que siempre me traía problemas, sucedió lo esperable: la chica entró en más pánico. ¿Cómo tranquilizar a un fantasma en medio de una calle transitada de Chicago? Tuve que arreglármelas para hacerla entrar al jardín de mi edificio y sentarnos ambas en una banca lo más alejada de la calle y las entradas de los conserjes.

- Tú puedes verme… ¿por qué ellos no?

- Porque estás muerta.- Voilà, era siempre mejor ser directos con eso de decirles la verdad, había descubierto que me ahorraba al menos un par de días creyéndome psicóloga de fantasmas.

- Lo se…

- Genial… quiero decir, no es genial que hayas muerto, lo genial es que lo sepas…

- ¿Por qué estoy aquí?

- Tú dime…- repliqué mirándola.- ¿Cuándo pasó?

- No lo se… hace un par de días creo, desde entonces he estado deambulando y…

Entonces me fijé en su mano.

- ¿Ibas a casarte?

Asintió y una nueva oleada de llanto la invadió. Horror. ¿Cómo lidiar con una prometida muerta?

- El próximo miércoles a nos… nos… cas… cass… casaríamos…- dijo entre hipidos espantosos.

- Vale… ¿Y dónde?

- En… en…

- Ok, luego vemos ese punto.- dije tratando de hacerle hablar lo menos posible.- Este es el asunto, eres fantasma por una razón, tienes algo pendiente…

Me miró como si yo le hubiese dicho algo demasiado bizarro de escuchar, ¿qué más bizarro que estar muerta y ser sólo vista por una chica de 16 años? Esa novia debía ordenar sus prioridades de asombro.

- ¿Qué no es obvio? ¡Iba a casarme! – dijo de pronto entrando en un nuevo ataque de llanto histérico; rodé los ojos, eran las cinco de la tarde, estaba cansada y lo único que quería era darme un baño y morir en mi cama, pero no, estaba con una chica muerta que iba a casarse con apenas 20 años y que lloraba más que todas mis primas juntas (y ellas sí que eran lloronas).

- ¿Algo que quieras decirle a tu prometido?

- Que lo amo.

- Me refiero a algo no obvio, algún secreto, algo que debías pasarle, no se…

Se quedó muy silenciosa, pensando… bufé y miré alrededor para darle tiempo a pensar, generalmente los fantasmas nunca son muy listos con eso de descubrir lo que dejaron pendiente, aunque parezca idiota, no lo es, la mayoría tarda mucho (incluso años) en descubrir el motivo del por qué están atrapados aquí en la Tierra cuando deberían estar en… bueno… que se yo, ¿el cielo?

- No lo sé…

Tuve que aguantarme el bufido de obviedad al respecto.

- Vale, piénsalo, mañana hablamos…

- ¡Hey! Pero… ¡Hey! ¿Te vas? – me volteé sólo porque su voz sonó excesivamente triste y desesperada.

- Mira, tengo una vida, de hecho tengo hambre porque no almorcé y deseo dormir unas diez horas…

- Pero…

- Mañana te espero aquí mismo a las tres de la tarde, ¿vale?

- ¿Y qué hago hasta entonces?

- Pues no se… ¿leer un libro?

- ¿Chris me verá?

- ¿Quién?

- Mi prometido…

- Ah…- la miré, lucía compungida y triste, no quería sonar como una tirana pero es que realmente los fantasmas me sacaban de quicio, incluso las novias desdichadas. – Puedes intentar hacer que te vea… pero trata que no sea algo muy dramático o le podrías provocar un infarto…- pareció realmente alarmada con esa información- Y trata que esté solo… y procura que no sea de noche, de hecho ahora mismo sería un buen momento para tratar de hacer que te vea, te digo desde ya que puede que no tengas mucha suerte…

Me miró nuevamente con esa expresión como si yo tuviese tres cabezas o nariz de puerco o algo así.

- ¿Por qué sabes tanto?

- Porque es mi trabajo, adiós.

Fantasmas en los pies de mi edificio, justo lo que necesita todo adolescente para sentirse en calma en sus primeras semanas de escuela. Y nos reunimos el sábado, pero resulta que Karen –ese era su nombre- no había podido descubrir su “asunto pendiente” aún, y además su prometido no había logrado verle ni un pelo por lo que esa tarde andaba más llorona e histérica que nunca.

- Crees que si tú hablas con Chris…

- Olvídalo.- dije inmediatamente. No, no y no. Ya había intentado la técnica de ir a la casa del vivo a decirle “hey, mira, soy medium y resulta que tu hermana muerta quiere comunicarse contigo”, ya había pasado por el episodio de ser arrestada por allanamiento de morada (más bien de porche) y mis padres me habían castigado por dos meses y había pasado cuatro más en el psicólogo.

- Pero es que…

- Karen…- dije perdiendo la paciencia.- Si tú no eres capaz de saber cual es tu asunto pendiente yo no te puedo ayudar, no me pidas ir a hablar con Chris si no tengo nada concreto que decirle o pasarle, o quizás incluso tu asunto pendiente ni siquiera sea con Chris y sea con alguien más, ¿tu madre? ¿tus hermanos? ¿algún amor del pasado?

Negó con la cabeza vehementemente y yo me di por rendida.

- Lo siento, Karen pero no puedo ayudarte, al menos, no aún…

- Pero…

Pero resulta que ella no había abandonado el edificio desde entonces, la podía ver desde mi quinceavo piso con mis binoculares, seguía en la misma banca sentada horas y horas, días y días y el salir y entrar en mi edificio se estaba convirtiendo en una odisea digna de una película de James Bond para que la prometida muerta no me viese. Para el Jueves de la semana siguiente (mi tercera semana de escuela por cierto) ya me encontraba con los nervios de punta completamente, me había leído todos los libros de Harry Potter y tenía “El prisionero de Azkaban” en la mochila para casos de estrés en lugares que no fuesen mi casa, el punto es que parecía no funcionar, el que el fantasma de una chica te acose y el nivel de las asignaturas en tu nueva escuela sea como para prepararte a entrar a Harvard era demasiado para mi, por eso a la hora de almuerzo me fui a los patios de atrás, necesitaba soledad, necesitaba paz y por sobre todo necesitaba hacerme creer que podría controlar todo lo que me estaba pasando.

Me senté en una banca bajo un enorme árbol y saqué de mi mochila el libro de Harry Potter y el sándwich de queso, jamón y lechuga que me había preparado a la rápida antes de salir de casa, apenas había dado el primer mordisco mientras observaba las salas en la lejanía cuando una voz me sobresaltó.

- ¿Harry Potter? – en un ademán rápido le arrebaté el libro y lo guardé en la mochila.- Vaya… no pareces de las chicas que leen al chico con gafas.

- ¿Ah no? ¿Y qué parezco?

- ¿Tengo que responder a ello?

¿Por qué Ian tenía que aparecer en el peor momento a fastidiarme?

- No estoy de humor.

- Ya lo se…- lo miré confundida- Tu ceño fruncido me lo dice… - hice una mueca.

- ¿Qué haces aquí de todos modos? Esta es la hora de almuerzo.

- ¿Y qué haces tú aquí?

- Como y me disponía a leer… sola.

- Auch. ¿Es la directa frase para que yo me vaya?

- ¿Qué quieres?

- ¿Debería querer algo? – preguntó sentándose al otro extremo de la banca. Me miró con sus brillantes y astutos ojos grises.- ¿Mucho estrés en las clases? Siempre podría robar un examen por ti si me lo pidieras…- lo miré y por poco me ahogo con un trozo de pan que masticaba en ese momento.

- ¿Estás loco? ¿Quieres que nos expulsen?

- ¿Te importaría ser expulsada… otra vez? – me sonrojé.

- ¿Y tú cómo sabes eso?

- ¡Lo sabía! – dijo triunfante y entonces me supe derrotada, él realmente no lo sabía antes, me había logrado sacar verdad muy astutamente.- ¿Y se puede saber por qué te expulsaron?

- No.- respondí mirando al frente.

- Oh vamos, Aria…

- Eres realmente… odioso ¿lo sabías?

- Sí. ¿por qué te expulsaron?

- Por matar a alguien.- respondí.

Entonces no pasó lo que esperaba, no hubo una risa irónica después de mi comentario, miré a Ian y me observaba con la quijada tiesa y entonces supe que había dicho algo malo. Se puso de pie y por inercia yo también lo hice.

- Ian…

- Olvídalo.

- Yo lo…

- No, no lo sientas…

Lo último que vi fue nuevamente su espalda, y ese caminar rápido donde expelía seguridad y algo más… esa sensación de comerse al mundo… aunque esta vez además de ello pude leer algo más… algo que me supo muy parecido a la ira.

jueves, 24 de noviembre de 2011

3.

Recuerdo con demasiada perfección mi primera visita al psicólogo, tenía nueve años y mamá estaba convencida que la muerte de mi abuela Eloisa me había causado un trauma emocional que no había podido superar, no sabía qué tan equivocada estaba, en realidad no es que no me produjese pena ni rabia que una de mis personas favoritas muriese, pero todo iba por el lado que justamente fue por la muerte de mi abu que supe que yo podía ver a la gente que había muerto, hasta antes de eso veía personas y nada extraño sucedía, nunca se había muerto alguien cercano para mi, no tenía ninguna referencia como para preguntarme a mis cortos siete años “¿Hey, qué haces tú aquí? ¿No deberías estar muerto?”. Debo darme crédito al menos que cuando descubrí aquello no le fui con el cuento a mis padres, me dio tanto miedo que para bien o para mal me quedé –irónicamente- como una tumba con mi nuevo descubrimiento. Recuerdo que mi abuela se me apareció un par de veces en Toronto y conversaba con ella, siempre bajito, siempre recordando que nadie podía saber que yo aún podía hablar con la abuela Elo… luego los meses fueron pasando y comencé a darme cuenta que los fantasmas deambulaban mucho más de lo que había creído, era sólo cuestión de observar con atención, los más fáciles de reconocer eran los que habían muerto hace muchos años, generalmente si ves en la mitad del centro de Toronto a una chica vestida a la usanza de los años veinte y fumando un cigarrillo largo y estás en plena mañana de Enero con un frío de menos cinco grados entonces es probable que se trate de un fantasma.

Como decía, recordaba demasiado bien mi primera visita a la Doctora Hannigan, noviembre del 2004, recuerdo que su consulta era grande, tenía toda una sección con juegos de ingenio de lo más geniales, libros entretenidos y un sillón que te sentabas y daban ganas de dormir una buena siesta. Recuerdo su piel ébano, su sonrisa blanca y su rostro amable y gentil, me agradaba ella, lástima que sabía que no podía ser sincera con la psicóloga, sabía que si le contaba algo se lo diría a mis padres, además sabía que nadie me creería, mi mejor amiga de la escuela no me había creído y me había empujado al piso cuando le conté mi secreto, ¿por qué la Doctora Hannigan me creería?

- ¿Qué tal estás, Arianne?

- Bien…

- ¿Has tenido una buena semana?

Mi mejor amiga ya no me habla, los chicos en mi escuela me evitan y veo a mi abuela que murió hace dos años…

- Sí…

- ¿Qué tal la escuela?

- Bien.

- ¿Sólo bien?

- Supongo…

- ¿Qué te gusta hacer en la escuela?

- Pintar…

- ¿Y que pintas?

- Casas….

- ¿Y qué más?

- A mi familia, a mis abuelos…

- Cuéntame de tus abuelos.

- Mi abuela Elo murió.

- ¿La extrañas?

- No.

- ¿No?

- Hablo con ella a veces…- dije eso sólo para probar a la doctora, vi su mirada de incredulidad y luego una sonrisa apareciendo en su rostro. ¿Tal vez ella me entendería?

- ¿Hablas con ella?

- Ahá…

- ¿Cómo?

Entonces fue el momento que decidí dejar la boca cerrada, mi abuela de pronto había aparecido en la consulta de la Doctora y ponía el dedo sobre sus labios como indicándome silencio y así lo hice. Luego mi abu me explicó que no era bueno que yo contase que podía hablar con ella ni ver a otros como ella, no saben cuanto agradezco aquello, si hubiese abierto la boca con la Doctora probablemente no estaría en Chicago, estaría en un sanatorio mental jugando a puzzles de cinco piezas.

- ¿A qué hora llegarán tus amigos?

- No se… supongo que pronto…

Mamá estaba toda revolucionada desde que le había dicho la noche anterior que dos compañeros de clase –nunca dije amigos- vendrían a casa a hacer un trabajo de Historia, su cara de emoción contenida fue épica, me contuve de abrazarla y decirle “ya, ya, má”, sólo porque de igual forma me dolía un poco mentirle a mi mamá, es decir, no es como si esperase ser amiga de Patrick y Leighton, simplemente los había invitado para que mis padres dejasen de preocuparse, y al parecer lo había hecho bien, desde la mañana que mis padres eran todo sonrisas, mamá incluso se había puesto a cocinar sus pizzas gourmet para comer mientras trabajábamos.

Sentí el timbre y corrí a abrir.

- ¡Whoa! ¿Podrías vivir en un edificio menos cool, Ari? Oh, wow, tienes una vista fantástica…

- Hola, Aria…- saludó Patrick mientras caminaba siguiendo a Leighton que ya se encontraba pegada mirando por la ventana, los seguí.

- ¡Tienes vista a todo Chicago! ¡Oh mira! Mi casa está por allá…- apuntó con el dedo hacia el sector sur de la ciudad…

- ¿Crees que podríamos juntarnos siempre en tu casa para trabajar? Está genial…

- Supongo…- me encogí de hombros.- ¿Pasamos a la sala?

- ¿Tienes sala?

Entramos los tres hacia la sala de estar que mi papá había adecuado perfectamente para que él pudiese trabajar en las noches más atareadas y yo pudiese hacer mis trabajos de la escuela, iluminada por un gran ventanal, dos sillones, un escritorio, televisión y librero con más libros de los que pudiera leer en toda mi vida.

- Wow… ¿Tienes libros de Dostoyevski? – preguntó Patrick, lo miré sorprendida, era la primera vez que lo veía realmente interesado por algo.- Y de las primeras ediciones… ¿cómo has conseguido algo así?

- Papá lo ha…

- Patrick es un come libros ¿te había dicho? – el aludido rodó los ojos y yo sólo sonreí, eran tan distintos ambos pero por alguna razón parecían llevarse y equilibrarse a la perfección.

- Si quieres puedo preguntarle a papá y te lo presto…- dije tratando de ser gentil. Patrick me miró fijamente unos segundos y entonces sonrió, sí, un chico me estaba sonriendo a mi, la desadaptada número 1, ¿eso era bueno o malo?

- Sería genial…

- Aria…

Oh genial, mamá no podía aguantarse unos minutos más antes de venir a ver a los invitados.

- Mamá, ellos son Patrick y Leighton, de la escuela…

- Hola señora Carpanetti.- saludó Leighton adelantándose- Tienen un apartamento genial… - mi madre sonrió y casi pude ver lágrimas en sus ojos. ¿En serio yo era tan fiasco en mis relaciones interpersonales que el traer a dos compañeros provocaba esto en mi madre?

- Un gusto…- saludó Patrick en su estilo más cortés y recatado.

- ¿Tienen hambre? He cocinado unas pizzas que…

- ¡Genial! Aria nos ha dicho que usted es chef… ¿quiere que le ayude en la cocina, señora Carpanetti? – preguntó a toda carrera Leighton.

Dejé que mamá fuese feliz y se fuera a la cocina con el parloteo de mi nueva compañera, mientras me quedaba sola con Patrick que seguía admirando la biblioteca de papá.

- ¿Tu padre es el nuevo editor en Jefe del Chicago Times, no?

Por poco y me atraganto con mi saliva.

- ¿Cómo…- me puse roja.

- Leo a menudo el Times, y bueno, la noticia que un extranjero llegaría a ocupar el preciado puesto fue noticia, aunque no lo creas… -asentí.- ¿Por qué no quieres que la gente lo sepa? – me encogí de hombros.

- Supongo que no me gusta llamar la atención por lo que hacen mis padres…

- Tarde o temprano la gente se enterará…

- Prefiero que sea tarde…- levanté el rostro y sonreía, repliqué el gesto de vuelta.

- ¿Una chica que teme ser popular? ¿De dónde has salido Carpanetti? – preguntó cruzándose de brazos.

Me reí justo en el instante en que mi madre y Leighton entraban en la sala de estar, vi a mi madre sonreírme con esa sonrisa enorme y plena y entonces supe que después de todo, hacer felices a mis padres no estaba siendo para nada difícil, al contrario, más grato de lo que creía.

Pasamos toda la tarde trabajando, en parte porque distraerse estando con alguien como Leighton era demasiado fácil, me costó, pero poco a poco comencé a llevarle el ritmo a sus conversaciones, además estaba Patrick que hacía que la atención de ella se dividiera y no me invadiera todo el tiempo a preguntas o comentarios. Entre las distracciones, las pizzas de mamá (que estaba en su día libre y por eso se encontraba en casa) y la búsqueda de material nos pasamos toda la tarde, eran casi las nueve de la noche cuando al fin decidimos que habíamos hecho demasiado (lo cual era parcialmente cierto).

- ¿Quieren que los vaya a dejar?

- ¿Estás loca? Yo vivo al otro extremo de la ciudad.- dijo Leighton.

- Yo vivo más cerca pero…

- Podrías dejarnos en el metro más cercano…- añadió ella.

- Vale, le diré a mamá.

Lo bueno de tener 16 y vivir en Estados Unidos es que puedes conducir al igual que en Canadá, había aprovechado de validar mi licencia mucho antes de llegar a Chicago para asegurarme de llegar y poder conducir sin problemas. Por supuesto mi madre no se negó a que llevase a los chicos hasta la estación más cercana, a unas cinco cuadras de aquí, supuse que aún le duraba su emoción por verme socializar.

Salimos en el Jeep de mi padre, ese que había prometido regalarme “pronto”, (supuse que eso variaría según cuánto durara en mi nueva escuela), y según las indicaciones de Leighton los dejé a ambos en la entrada de la estación.

- Nos la hemos pasado genial, gracias Aria…- al parecer a Leighton le había gustado más el apodo de Patrick que el que me había puesto ella antes.

- Nos vemos el lunes, Aria…

- Adiós…

Esperé a que bajasen las escaleras de la estación antes de ponerme en marcha, sin embargo no acababa de poner el primer cambio cuando distinguí a Ian apoyado en un poste, fumando un cigarrillo y mirando directamente hacia mi auto. ¿Me habría reconocido? Bueno, contando la excesiva iluminación de las calles de Chicago casi podía apostar que sí. Levanté la mano a modo de saludo y entonces le vi botar el cigarro al piso antes de comenzar a caminar hacia mi.

No, no es que no notase que era guapo, con su caminata segura y su andar desaliñado y vestir un poco extraño, pero vamos, era una chica y tenía ojos, tampoco podía decir que el chico era un adefesio cuando no lo era y por alguna extraña razón parecía querer hablar conmigo.

Abrí la ventana del copiloto y asomó su cabeza por ahí, apoyando sus brazos en la orilla.

- ¿Así que ya has hecho amigos, Aria? – preguntó con esa mueca torcida.

¿Se estaba burlando o lo preguntaba de verdad por querer saber? Sentí el aroma a humo de cigarrillo impregnarse en el auto.

- Estábamos haciendo un trabajo para Historia, como se hizo tarde me ofrecí a traerlos al metro.

- ¿Vives por aquí?

- Como a unas cinco cuadras…

- Ahá…

Nos miramos unos segundos y me sentí súbitamente nerviosa.

- ¿Y tú que hacías? – apunté levemente con mi cabeza hacia el poste donde se encontraba antes.

- Esperaba.- respondió como si esa fuese réplica suficiente.- ¿Crees que puedas tirarme unas cuadras más arriba?

- ¿Eh?

Pero él ya se estaba subiendo al auto.

Oh God, papá me mataría si supiera que subí a un chico prácticamente desconocido a su auto en la noche, bueno, no es como si fuese un desconocido total, iba en mi escuela pero…

- ¿Partimos?

Volteé y vi ese brillo extraño en sus ojos. Puse el primer cambio de manera tan brusca que el auto dio un pequeño trompicón antes de avanzar con normalidad, escuché algo muy parecido a una risa a mi derecha pero la traté de ignorar, apreté la quijada y con todo el orgullo que pude continué manejando con la mayor tranquilidad del mundo, incluso aunque sintiera la mirada fija de él en mi.

- ¿Vives por aquí también? – pregunté sólo por romper ese incómodo silencio.

- Vivía por acá, ya no…

- Ah.

- Pero conozco el sector…

- ¿Dónde quieres que te deje?

- Sunnyside Av con Beacon St.

- ¿Y eso es en...?

- Oh cierto, eres la nueva... yo te indico…

- ¿Y luego cómo vuelvo a casa? Si me pierdo…

- Aria… bajas una cuadra y llegas a Montrose Av. ¿en serio tu sentido de orientación podría ser tan malo como para no llegar?

Sentí que me insultaba “educadamente” y sólo por eso todo mi orgullo salió a flote y negué con la cabeza.

- Vale.

El resto del trayecto lo recorrimos en silencio, yo aún me sentía demasiado idiota y no podía entender por qué.

- Bien, aquí te bajas ¿no?

- ¿Me estás echando? – preguntó burlón. Arrugué el ceño.

- ¿Es que siempre eres así?

- ¿Así cómo?

- Olvídalo.

- ¿Así como, Aria?- entonces sentí como suavemente volteaba mi rostro para obligarme a verlo, enrojecí de pura vergüenza ante su gesto que duró apenas un roce mínimo. Nos miramos unos segundos.- Te sonrojas, ¿es por enfado o por algo más? – preguntó.

- ¿Y eso a ti qué te importa?

- Que ruda… - comentó mientras se desataba el cinturón y comenzaba a abrir la puerta.- Gracias por traerme acá… has sido un encanto, Arianne… Te veo el lunes… ah por cierto, sigue por esta calle una cuadra y llegas a Montrose, luego a la izquierda.

- Adiós…

Ni siquiera esperé a ver hacia donde se iba, simplemente puse primera, pisé el acelerador y salí de ahí. Sólo cuando acababa de apagar el motor ya estacionada en el estacionamiento de mi edificio me asaltó una duda tremenda.

¿Cómo demonios sabía él que debía tomar Montrose y virar a la izquierda para llegar a mi casa?

Miré hacia delante con la duda y entonces caí en cuenta de una segunda cosa y volví a bufar.

- Olvidaste el GPS, Aria, pero que chica más lista que eres… “¿Y luego cómo vuelvo a casa?” Si seré idiota…