Ese viernes llegué a la escuela y supuse que mi pinta debía
ser muy parecida a la de una delincuente juvenil que se ha escapado del
reformatorio, mis ojeras eran tremendas, apenas había logrado dormir un par de
horas, me la había pasado dando vueltas por mi habitación tratando de ordenar
mis pensamientos y buscar todos los
datos posibles sobre los asesinatos en Internet, pero para variar el
maldito Google era bueno para decirme los nueve secretos de Kim Kardashian pero
no para mostrarme fotografías de los chicos fallecidos, y es que esa era la
última prueba irrefutable que lo que estaba pensando era correcto, que Ian era
un fantasma y había muerto esa noche. Según las descripciones de Matt –y lo que
había leído en pequeños artículos que había encontrado por ahí en Internet- el
perfil de Ian encajaba perfecto con el del hermano mayor, claramente eran
hermanos por la madre, ya que ambos tenían apellidos distintos.
Entonces venía toda una avalancha de nuevos pensamientos
atemorizantes y escalofriantes, si Ian era Benjamin entonces él había asesinado
al drogadicto. En ninguna de las publicaciones daban detalles de las muertes
pero en todas coincidían que el arma en cuestión había sido una navaja de hoja
media, con lo cual podía hacerme una idea más o menos clara respecto a cómo
había sido el modus operandi de los
asesinatos, incluyendo el suicidio, aunque esa parte era poco clara, algunos
decían que los asaltantes habían matado a los tres estudiantes, otros señalaban
la historia de que uno de los chicos había increpado al asaltante… el Chicago
Times me había sorprendido con lo escueto y poco preciso que había sido en la
descripción del crimen y ninguna foto, ni siquiera una pequeña, fue entonces
cuando se me ocurrió la genial idea de buscar en los anuarios del colegio,
razón por la cual mi ansiedad había logrado calmarse en parte. En todas las
escuelas tienen los anuarios de cada año, sólo tenía que ir a la biblioteca en
mi primer descanso, pedir el anuario de ese año y buscar aquellos tres nombres.
Pan comido.
-
¿Estás tratando de traer de vuelta el estilo grunge,
Aria? – preguntó Leighton acercándose y caminando a mi lado en el pasillo-
porque déjame decirte que difícilmente esas ojeras y pelo sin peinar vuelva a
ponerse en onda… ¿o es que quieres parecer de esas boho chic que aparecen en
las revistas? – me reí levemente mientras negaba con la cabeza.
-
Tuve una mala noche…
-
Más bien una mala semana.- corrigió, la miré
sintiéndome atrapada- Oh, vamos, llevas toda la semana comportándote de manera
extraña… ¿tan mal salió la cita con ese chico?
-
Hola…- saludó Patrick.
-
Hola…- respondí, Leighton encontró más interesante
mirar el techo del pasillo mientras caminábamos.
-
Luces fatal.- comentó él, sonriendo levemente.
-
Gracias, Leighton me ha dicho lo mismo.- respondí con
leve ironismo.
-
¿Qué fue todo eso de anoche? Tu llamada fue extraña.
-
¿Le llamaste a él? – de pronto Leighton parecía ya
querer unirse a la conversación, como siempre los enojos con Patrick no le
duraban demasiado o más bien se movían en ese vaivén de “te hablo – no te
hablo”.
-
Quería preguntarme sobre los asesinatos que pasaron
aquí…- comentó él bajando un poco la voz.
-
¿Y para qué quieres saber sobre eso? – preguntó ella
arrugando el ceño.
-
Sólo tenía curiosidad.
-
¿Quién te contó?
-
Alguien… de la clase de Artes…- mentí.
-
Bueno, no te conviene andar preguntando mucho por ahí.-
añadió Leighton- es algo así como un tema delicado en Creeks, ¿no, Patrick?
-
Ahá.
El primer bloque pasó extremadamente lento, supongo que va
muy bien ese dicho de que cuanto más rápido quieres que pase el tiempo, más
demora, la primera clase del día se me hizo eterna y contaba los minutos para
largarme de ahí e ir a la biblioteca a averiguar de una vez por todas lo que carcomía
el cerebro. Una inmensa parte de mi quería errar, quería encontrar cualquier
otro rostro menos el de Ian en esa página de anuario, ¿cómo podría tener mala
suerte para fijarme en un chico muerto? entonces luego de la angustia un leve
lapsus de ira me poseía al pensar que si es que Ian era un fantasma me había
jugado chueco, todas esas apariciones y esa invitación a la playa, ¿qué habían
sido? ¿qué pretendía? Entonces venía el
sonrojo de puro enfado y pudor de saber que si efectivamente era un fantasma,
todo el trayecto a la playa había sido observando y hablando con una persona
que nadie más podía ver…
Una parte de mi quería sinceramente negar todo lo anterior y
aferrarse a la idea que Ian era una persona de carne y hueso, con amigos, de
hecho recordaba muchas veces haberlo visto rodeado de personas. Pero nunca le has visto interactuar
realmente con ellas. Replicaba mi voz en su más feroz intento de aguar mis
esperanzas.
El timbre sonó y fue como la llamada gloriosa que había
estado esperando, apenas alcancé a decirle a los chicos que nos veríamos en la
siguiente clase cuando salí corriendo a todo lo que me daban las piernas hacia
la biblioteca, sabía que para el primer receso ya se encontraba abierta, y así
fue, ingresé y vi ya a algunos estudiantes deambulando entre las estanterías.
Avancé directamente hasta el escritorio de la bibliotecaria y articulando mi
mejor y más inocente sonrisa pregunté por los anuarios escolares, la senil
señora asintió y me señaló la última de las estanterías al fondo de la
biblioteca.
Sentía que cada paso me acercaba más y más a una verdad que
no estaba segura de querer descubrir pero que por otro lado sabía que era completamente
necesaria de conocer, entré en el último pasillo y pronto comencé a leer el
lomo de los anuarios de todos los años en Creeks, desde 1962 hasta el último
del 2010. No tardé mucho en buscar el del año 2002, mis manos lo tomaron
torpemente, mientras el nerviosismo se apoderaba de manera total de mis
acciones.
-
¿Interesada en la historia escolar? – preguntó una voz,
asustándome y haciendo que el anuario cayese al suelo. Miré hacia un costado y
ahí estaba Ian, apoyado en el estante y observándome fijamente con sus extrañas
orbes de color… celeste plata. Tragué saliva y con toda la entereza que me fue
posible me agaché y volví a tomar el anuario entre mis manos, observándole-
¿Qué esperas encontrar ahí, Aria? – preguntó acercándose. Por acto reflejo di
un paso hacia tras, entonces vi el cambio en sus facciones y una mueca de
desdén se abrió paso en su rostro, dejándome pasmada, una extraña mezcla de
belleza e intimidación es lo que reflejaba Ian en su rostro.- ¿Has estado
haciendo tus tareas, eh? – preguntó acercándose otro paso.
-
¿Entonces es verdad? – pregunté aferrando el anuario
contra mi pecho, como si eso fuese a protegerme de él. ¿Por qué de pronto
sentía necesario protegerme de él? ¿En qué habían cambiado las cosas? Oh,
cierto, si él era Benjamin, entonces era un fantasma que había asesinado al
asesino de su hermano lo cual hacía de lo más lógico que fuese un fantasma.
-
¿Qué es verdad? – preguntó de vuelta. Apreté la quijada
y continué en la misma posición.
-
Tú querías que yo lo supiera, ¿verdad? por algo me
hablaste de tu hermano y…
-
Yo no quería nada, Aria, tú estás suponiendo cosas y
aún no se qué es…
Nos miramos unos segundos y me sentí completamente atrapada
en esa mirada clara y a la vez tan profunda y potente. Sentía mi corazón
martilleando en mi pecho de manera demasiado fuerte como para ser normal, mis
manos casi dolían de lo fuerte que ceñía el anuario contra mi.
-
Abre el anuario, Aria…- susurró de pronto.- Comprueba
tus sospechas y házmelas saber… - replicó volteándose y comenzando a caminar.
-
¡Ian, espera! – miré hacia un lado y a otro, siendo
conciente que probablemente estaba llamando a alguien que nadie más podía ver.
En un impulso repentino tomé su brazo para detenerlo. Se volteó y volvió a
observarme.- Quiero que me lo digas tú…
El silencio volvió a posarse entre nosotros, me sentía de
pronto en la mitad de una guerra fría en que ninguno de los dos parecía querer
ceder.
-
Abre ese anuario, Aria, y comprueba la mierda que
quieras comprobar.- dijo de pronto alejándose a paso rápido, no lo seguí, ¿Cuál
hubiese sido el punto?
Entonces lo supe, tenía la última pieza del puzzle en mis
manos y sólo tenía que encajarla, volví a abrir el anuario y a pasar una a una
los cursos, decenas de rostros sonrientes dispuestos en filas y columnas, me
salté directamente al décimo grado, y entonces ahí encontré al primero que
buscaba. James Somers, un chico de
cabello castaño oscuro, ojos azules, en cierta forma tenía un aire a Ian,
aunque un semblante mucho más… amigable y abierto, parecía la clase exacta de
chico que es miembro del equipo de fútbol de la escuela y tiene un montón de
amigos. No tenía tiempo de buscar a la chica, sólo quería comprobar de una vez
mis sospechas, pasé a los cursos de último año, mis ojos fugaces leyendo
decenas de nombres y rostros, hasta que uno en particular llamó mi atención.
Benjamin Weismann. El mismo rostro que hacía apenas unos
minutos estaba frente a mi en ese pasillo de la biblioteca. La misma mirada, el
cabello oscuro desordenado, esa sonrisa fantasma que parecía bailar tenuemente
en alguna parte del atractivo rostro. Era él. Ian era él. Fue demasiado el
shock, aún cuando lo intuía todo, la constatación fue un golpe fuerte de
recibir, comencé a sentirme enferma y mareada, tarde comencé a darme cuenta que
no respiraba, prácticamente jadeaba y me estaba costando un real esfuerzo hacer
entrar el aire a mis pulmones.
-
¡Hey! ¿Estás bien?
- me volteé y una chica me miraba con rostro preocupado. Traté de
articular palabra pero un nuevo mareo envolvió mi cabeza haciéndome perder el
equilibrio, lo último que recuerdo fue mi cabeza golpeando la pared antes de
ver todo negro.
Para cuando desperté lo primero que vi fue el rostro
preocupado de Patrick y Leighton.
-
¡Señora Smith, ha despertado! – gritó ella.
-
Joder, Leighton, que se ha desmayado y tú le gritas en
su cara…
-
A ver, niños… aléjense de la camilla por favor.
Pestañeé un par de veces, confusa, sólo entonces me percaté
que me encontraba en la
Enfermería de la escuela y que probablemente esa señora gorda
con delantal blanco era la enfermera Smith.
-
¿Señorita? ¿Sabe cual es su nombre?
-
¿Uhm? – aún me sentía demasiado aturdida. En un momento
estaba con el anuario en mis manos y al siguiente…
-
¿Podría decirme su nombre? ¿Puede recordarlo?
-
Aria…
Arianne Carpanetti…- respondí confusa.
-
¿Sabe que fecha es hoy?
-
Jueves… seis de Octubre…
-
Bien, señorita Carpanetti se ha golpeado fuertemente la
cabeza, hemos llamado a sus padres, vendrá su padre a buscarla…
-
Pero, estoy bien…- la enfermera me miró con una cara
que no me dejó ganas de replicar algo más.
-
Espere acá hasta que lleguen sus padres…- entonces miró
a mis amigos- Ustedes deberían irse a clases.
-
La acompañaremos, no vaya a ser que se desmaye de
nuevo.- replicó Leighton muy pagada de si misma con su argumento. La enfermera
meneó la cabeza antes de desaparecer.
El silencio se hizo en la habitación hasta que dos pares de
ojos me observaron con detenimiento.
-
¿Estás consumiendo drogas? – preguntó Patrick de
sopetón.
-
¿Eres anoréxica o algo así? – le siguió Leighton.
-
Somos tus amigos, Aria…- añadió él
-
Sabes que podemos ayudarte en lo que sea…
-
Chicos…
Y ahí estaba el primer gran problema sobre esto de hablar
con los muertos y tener amigos, en algún punto ellos comienzan a sospechar que
algo anda mal en uno, el punto es que sospechan de todo, tal como Patrick y
Leight, culpan a las drogas, malos hábitos alimenticios pero se que jamás
saldrían con algo como “¿Ves a los muertos?”, porque eso es –en teoría- algo
humanamente imposible sólo relegado a escritores de ficción. Y entonces fue el
momento de recordar por qué se suponía que no debía hacer amigos en Chicago,
precisamente por esa misma razón, no tenía una respuesta a sus preguntas.
-
Es sólo estrés…- respondí al cabo de un rato.
-
Esta semana has andado extraña…- comentó Leighton.- te lo
dije antes…
-
Supongo que aún no logro adaptarme a Chicago, mi nueva
escuela, la gente… - miré alrededor rogando interiormente porque se tragaran mi
mentira, sin embargo Patrick continuaba observándome fijamente.
Por suerte el interrogatorio no pudo llegar más allá porque
apareció mi padre para retirarme de la escuela. Sólo cuando estaba con el
cinturón abrochado en el asiento delantero rumbo al hospital es que volvió a mi
mente todo lo sucedido aquella mañana. Cerré los ojos y me obligué a conservar
la calma, lo último que quería es que mi padre fuese primer espectador de un
nuevo episodio de desmayo.
-
Tu madre está preocupada…- comentó mirándome de reojo
mientras nos deteníamos en un semáforo.
-
Han sido días tensos, es todo…
-
Cree que estás sometida a demasiada presión en tu nueva
escuela y el nuevo medio, ¿es cierto?
-
Supongo.
-
Aria… si necesitas ayuda…
-
No quiero ir a un terapeuta, papá.- repliqué seca.-
¿Por qué no pueden entender tú y mamá que lo que más detesto en el mundo es
sentarme en un sillón a contar mis supuestos problemas? ¡Estoy bien!
-
Te acabas de desmayar, Aria, eso no es estar bien.
-
No tomé desayuno, ¿contento? – mentí- No alcancé a
tomar desayuno, es todo… había olvidado revisar algunas cosas para una tarea,
corrí casi toda la escuela hasta la biblioteca, me sentí mareada probablemente
por el esfuerzo y ya…
El silencio llenó el resto del trayecto al hospital, eso me
indicó que al menos papá había creído mi explicación de los hechos. El resto
del día me la pasé entre consultas de paredes blancas, haciéndome exámenes y
esperando los resultados, cuando al fin salieron a decirme que todo estaba bien
–tal como ya lo sabía- pude volver a casa, donde ya me esperaba mamá quién
apenas me vio me dio un abrazo de esos que te hacen sentir incómoda y ahí
estuve otra hora tratando de convencer a mamá de que todo iba bien. Para cuando
logré convencer al mundo y comer un plato enorme de pastas con salsa Normanda
eran casi las seis de la tarde. Me di un baño de tina y me vestí con un cómodo
buzo de franela y zapatillas de levantarse.
-
El doctor te ha dado licencia para mañana hasta el
próximo miércoles…- bufé.
-
Estoy bien, mamá, quiero ir a la escuela.
-
¿No podrías quedarte al menos mañana?
-
Vale.- respondí resignada.
-
Puedes invitar a tus amigos después de la escuela a que
pasen la tarde contigo, mañana he pedido el último turno por lo que estaré
contigo hasta las cinco y luego debo partir…- confesó algo agobiada
-
Bien… está bien, mamá…les diré a Lighton y Patrick…
Nos miramos unos segundos y mamá terminó sentándose junto a
mi en la cama, sabía lo que venía, esa charla madre e hija que siempre trataba
de evitar, no me mal entiendan, no es que no quisiera a mis padres, los quería
y mucho, simplemente me sentía tan harta
de cosas que no podía hablar ni hacer entender con nadie que habían momentos y
días en que me sentía sobrepasada, ese era uno de aquellos días.
Mamá acababa de poner sus manos sobre las mías en el típico
gesto de comprensión y apoyo cuando el sonido del timbre interrumpió el
momento, me alegré en parte que así fuera, seguramente sería algún vecino que
haría que mamá olvidase sus ganas de conversar conmigo y así me ahorraría el
tener que mentirle como siempre. Odiaba mentir, odiaba mentirles… pero no tenía
otra salida, era eso o ser enviada a un sanatorio perdido en medio de Oklahoma.
Abracé mis rodillas mientras observaba por uno de los
ventanales de mi habitación. Inevitablemente vino a mi todo lo sucedido aquel
extraño día, mi cabeza era un hervidero de pensamientos confusos y
contradictorios y no podía darles un orden claro y aunque sonara completamente
banal –pero perfectamente comprensible para una adolescente de 16 años- lo que
más me frustraba del asunto es que al fin me reconocía completamente enganchada
de Ian Weismann… que resultaba ser un fantasma.
¿Han oído eso del mar karma? Seguramente en mi vida anterior
fui una jerarca nazi y mi condena había sido esa, en mi siguiente vida ser una
freak con pésimo tino para escoger chicos.
-
¿Aria? – la voz de mi mamá se escuchó a lo lejos hasta
materializarse ella misma asomándose por mi puerta.- Hay un amigo tuyo que te
busca…
Me levanté de un salto. ¿Patrick? Seguramente seguía
preocupado, sabía que no se había tragado completamente mi historia del estrés,
tenía que idear algo rápido…
-
Está esperándote en la sala…- añadió antes de irse.
-
Bien… - dije mientras me calzaba unas zapatillas y me
hacía un tomate alto para tomar mi cabello mojado. Salí de la habitación en
dirección a la sala y entonces lo vi… parado en medio de mi living, sobre esa
alfombra comprada en una mona tienda de diseño en medio de Chicago.
Estaba ahí, con su mirada celeste fija en mi.
Ian Weismann estaba en mi casa, había hablado con mi madre y
se había presentado como un amigo.
Oh dios, de pronto, volvía a sentirme mareada y perdida.