miércoles, 2 de mayo de 2012

10.


Ese viernes llegué a la escuela y supuse que mi pinta debía ser muy parecida a la de una delincuente juvenil que se ha escapado del reformatorio, mis ojeras eran tremendas, apenas había logrado dormir un par de horas, me la había pasado dando vueltas por mi habitación tratando de ordenar mis pensamientos y buscar todos los  datos posibles sobre los asesinatos en Internet, pero para variar el maldito Google era bueno para decirme los nueve secretos de Kim Kardashian pero no para mostrarme fotografías de los chicos fallecidos, y es que esa era la última prueba irrefutable que lo que estaba pensando era correcto, que Ian era un fantasma y había muerto esa noche. Según las descripciones de Matt –y lo que había leído en pequeños artículos que había encontrado por ahí en Internet- el perfil de Ian encajaba perfecto con el del hermano mayor, claramente eran hermanos por la madre, ya que ambos tenían apellidos distintos.

Entonces venía toda una avalancha de nuevos pensamientos atemorizantes y escalofriantes, si Ian era Benjamin entonces él había asesinado al drogadicto. En ninguna de las publicaciones daban detalles de las muertes pero en todas coincidían que el arma en cuestión había sido una navaja de hoja media, con lo cual podía hacerme una idea más o menos clara respecto a cómo había sido el modus operandi de los asesinatos, incluyendo el suicidio, aunque esa parte era poco clara, algunos decían que los asaltantes habían matado a los tres estudiantes, otros señalaban la historia de que uno de los chicos había increpado al asaltante… el Chicago Times me había sorprendido con lo escueto y poco preciso que había sido en la descripción del crimen y ninguna foto, ni siquiera una pequeña, fue entonces cuando se me ocurrió la genial idea de buscar en los anuarios del colegio, razón por la cual mi ansiedad había logrado calmarse en parte. En todas las escuelas tienen los anuarios de cada año, sólo tenía que ir a la biblioteca en mi primer descanso, pedir el anuario de ese año y buscar aquellos tres nombres. Pan comido.

-          ¿Estás tratando de traer de vuelta el estilo grunge, Aria? – preguntó Leighton acercándose y caminando a mi lado en el pasillo- porque déjame decirte que difícilmente esas ojeras y pelo sin peinar vuelva a ponerse en onda… ¿o es que quieres parecer de esas boho chic que aparecen en las revistas? – me reí levemente mientras negaba con la cabeza.
-          Tuve una mala noche…
-          Más bien una mala semana.- corrigió, la miré sintiéndome atrapada- Oh, vamos, llevas toda la semana comportándote de manera extraña… ¿tan mal salió la cita con ese chico?
-          Hola…- saludó Patrick.
-          Hola…- respondí, Leighton encontró más interesante mirar el techo del pasillo mientras caminábamos.
-          Luces fatal.- comentó él, sonriendo levemente.
-          Gracias, Leighton me ha dicho lo mismo.- respondí con leve ironismo.
-          ¿Qué fue todo eso de anoche? Tu llamada fue extraña.
-          ¿Le llamaste a él? – de pronto Leighton parecía ya querer unirse a la conversación, como siempre los enojos con Patrick no le duraban demasiado o más bien se movían en ese vaivén de “te hablo – no te hablo”.
-          Quería preguntarme sobre los asesinatos que pasaron aquí…- comentó él bajando un poco la voz.
-          ¿Y para qué quieres saber sobre eso? – preguntó ella arrugando el ceño.
-          Sólo tenía curiosidad.
-          ¿Quién te contó?
-          Alguien… de la clase de Artes…- mentí.
-          Bueno, no te conviene andar preguntando mucho por ahí.- añadió Leighton- es algo así como un tema delicado en Creeks, ¿no, Patrick?
-          Ahá.

El primer bloque pasó extremadamente lento, supongo que va muy bien ese dicho de que cuanto más rápido quieres que pase el tiempo, más demora, la primera clase del día se me hizo eterna y contaba los minutos para largarme de ahí e ir a la biblioteca a averiguar de una vez por todas lo que carcomía el cerebro. Una inmensa parte de mi quería errar, quería encontrar cualquier otro rostro menos el de Ian en esa página de anuario, ¿cómo podría tener mala suerte para fijarme en un chico muerto? entonces luego de la angustia un leve lapsus de ira me poseía al pensar que si es que Ian era un fantasma me había jugado chueco, todas esas apariciones y esa invitación a la playa, ¿qué habían sido? ¿qué pretendía?  Entonces venía el sonrojo de puro enfado y pudor de saber que si efectivamente era un fantasma, todo el trayecto a la playa había sido observando y hablando con una persona que nadie más podía ver…

Una parte de mi quería sinceramente negar todo lo anterior y aferrarse a la idea que Ian era una persona de carne y hueso, con amigos, de hecho recordaba muchas veces haberlo visto rodeado de personas. Pero nunca le has visto interactuar realmente con ellas. Replicaba mi voz en su más feroz intento de aguar mis esperanzas.

El timbre sonó y fue como la llamada gloriosa que había estado esperando, apenas alcancé a decirle a los chicos que nos veríamos en la siguiente clase cuando salí corriendo a todo lo que me daban las piernas hacia la biblioteca, sabía que para el primer receso ya se encontraba abierta, y así fue, ingresé y vi ya a algunos estudiantes deambulando entre las estanterías. Avancé directamente hasta el escritorio de la bibliotecaria y articulando mi mejor y más inocente sonrisa pregunté por los anuarios escolares, la senil señora asintió y me señaló la última de las estanterías al fondo de la biblioteca.

Sentía que cada paso me acercaba más y más a una verdad que no estaba segura de querer descubrir pero que por otro lado sabía que era completamente necesaria de conocer, entré en el último pasillo y pronto comencé a leer el lomo de los anuarios de todos los años en Creeks, desde 1962 hasta el último del 2010. No tardé mucho en buscar el del año 2002, mis manos lo tomaron torpemente, mientras el nerviosismo se apoderaba de manera total de mis acciones.

-          ¿Interesada en la historia escolar? – preguntó una voz, asustándome y haciendo que el anuario cayese al suelo. Miré hacia un costado y ahí estaba Ian, apoyado en el estante y observándome fijamente con sus extrañas orbes de color… celeste plata. Tragué saliva y con toda la entereza que me fue posible me agaché y volví a tomar el anuario entre mis manos, observándole- ¿Qué esperas encontrar ahí, Aria? – preguntó acercándose. Por acto reflejo di un paso hacia tras, entonces vi el cambio en sus facciones y una mueca de desdén se abrió paso en su rostro, dejándome pasmada, una extraña mezcla de belleza e intimidación es lo que reflejaba Ian en su rostro.- ¿Has estado haciendo tus tareas, eh? – preguntó acercándose otro paso.
-          ¿Entonces es verdad? – pregunté aferrando el anuario contra mi pecho, como si eso fuese a protegerme de él. ¿Por qué de pronto sentía necesario protegerme de él? ¿En qué habían cambiado las cosas? Oh, cierto, si él era Benjamin, entonces era un fantasma que había asesinado al asesino de su hermano lo cual hacía de lo más lógico que fuese un fantasma.
-          ¿Qué es verdad? – preguntó de vuelta. Apreté la quijada y continué en la misma posición.
-          Tú querías que yo lo supiera, ¿verdad? por algo me hablaste de tu hermano y…
-          Yo no quería nada, Aria, tú estás suponiendo cosas y aún no se qué es…

Nos miramos unos segundos y me sentí completamente atrapada en esa mirada clara y a la vez tan profunda y potente. Sentía mi corazón martilleando en mi pecho de manera demasiado fuerte como para ser normal, mis manos casi dolían de lo fuerte que ceñía el anuario contra mi.

-          Abre el anuario, Aria…- susurró de pronto.- Comprueba tus sospechas y házmelas saber… - replicó volteándose y comenzando a caminar.
-          ¡Ian, espera! – miré hacia un lado y a otro, siendo conciente que probablemente estaba llamando a alguien que nadie más podía ver. En un impulso repentino tomé su brazo para detenerlo. Se volteó y volvió a observarme.- Quiero que me lo digas tú…

El silencio volvió a posarse entre nosotros, me sentía de pronto en la mitad de una guerra fría en que ninguno de los dos parecía querer ceder.

-          Abre ese anuario, Aria, y comprueba la mierda que quieras comprobar.- dijo de pronto alejándose a paso rápido, no lo seguí, ¿Cuál hubiese sido el punto?

Entonces lo supe, tenía la última pieza del puzzle en mis manos y sólo tenía que encajarla, volví a abrir el anuario y a pasar una a una los cursos, decenas de rostros sonrientes dispuestos en filas y columnas, me salté directamente al décimo grado, y entonces ahí encontré al primero que buscaba. James  Somers, un chico de cabello castaño oscuro, ojos azules, en cierta forma tenía un aire a Ian, aunque un semblante mucho más… amigable y abierto, parecía la clase exacta de chico que es miembro del equipo de fútbol de la escuela y tiene un montón de amigos. No tenía tiempo de buscar a la chica, sólo quería comprobar de una vez mis sospechas, pasé a los cursos de último año, mis ojos fugaces leyendo decenas de nombres y rostros, hasta que uno en particular llamó mi atención.

Benjamin Weismann. El mismo rostro que hacía apenas unos minutos estaba frente a mi en ese pasillo de la biblioteca. La misma mirada, el cabello oscuro desordenado, esa sonrisa fantasma que parecía bailar tenuemente en alguna parte del atractivo rostro. Era él. Ian era él. Fue demasiado el shock, aún cuando lo intuía todo, la constatación fue un golpe fuerte de recibir, comencé a sentirme enferma y mareada, tarde comencé a darme cuenta que no respiraba, prácticamente jadeaba y me estaba costando un real esfuerzo hacer entrar el aire a mis pulmones.

-          ¡Hey! ¿Estás bien?  - me volteé y una chica me miraba con rostro preocupado. Traté de articular palabra pero un nuevo mareo envolvió mi cabeza haciéndome perder el equilibrio, lo último que recuerdo fue mi cabeza golpeando la pared antes de ver todo negro.

Para cuando desperté lo primero que vi fue el rostro preocupado de Patrick y Leighton.

-          ¡Señora Smith, ha despertado! – gritó ella.
-          Joder, Leighton, que se ha desmayado y tú le gritas en su cara…
-          A ver, niños… aléjense de la camilla por favor.

Pestañeé un par de veces, confusa, sólo entonces me percaté que me encontraba en la Enfermería de la escuela y que probablemente esa señora gorda con delantal blanco era la enfermera Smith.

-          ¿Señorita? ¿Sabe cual es su nombre?
-          ¿Uhm? – aún me sentía demasiado aturdida. En un momento estaba con el anuario en mis manos y al siguiente…
-          ¿Podría decirme su nombre? ¿Puede recordarlo?
-          Aria… Arianne Carpanetti…- respondí confusa.
-          ¿Sabe que fecha es hoy?
-          Jueves… seis de Octubre…
-          Bien, señorita Carpanetti se ha golpeado fuertemente la cabeza, hemos llamado a sus padres, vendrá su padre a buscarla…
-          Pero, estoy bien…- la enfermera me miró con una cara que no me dejó ganas de replicar algo más.
-          Espere acá hasta que lleguen sus padres…- entonces miró a mis amigos- Ustedes deberían irse a clases.
-          La acompañaremos, no vaya a ser que se desmaye de nuevo.- replicó Leighton muy pagada de si misma con su argumento. La enfermera meneó la cabeza antes de desaparecer.

El silencio se hizo en la habitación hasta que dos pares de ojos me observaron con detenimiento.

-          ¿Estás consumiendo drogas? – preguntó Patrick de sopetón.
-          ¿Eres anoréxica o algo así? – le siguió Leighton.
-          Somos tus amigos, Aria…- añadió él
-          Sabes que podemos ayudarte en lo que sea…
-          Chicos…

Y ahí estaba el primer gran problema sobre esto de hablar con los muertos y tener amigos, en algún punto ellos comienzan a sospechar que algo anda mal en uno, el punto es que sospechan de todo, tal como Patrick y Leight, culpan a las drogas, malos hábitos alimenticios pero se que jamás saldrían con algo como “¿Ves a los muertos?”, porque eso es –en teoría- algo humanamente imposible sólo relegado a escritores de ficción. Y entonces fue el momento de recordar por qué se suponía que no debía hacer amigos en Chicago, precisamente por esa misma razón, no tenía una respuesta a sus preguntas.

-          Es sólo estrés…- respondí al cabo de un rato.
-          Esta semana has andado extraña…- comentó Leighton.- te lo dije antes…
-          Supongo que aún no logro adaptarme a Chicago, mi nueva escuela, la gente… - miré alrededor rogando interiormente porque se tragaran mi mentira, sin embargo Patrick continuaba observándome fijamente.

Por suerte el interrogatorio no pudo llegar más allá porque apareció mi padre para retirarme de la escuela. Sólo cuando estaba con el cinturón abrochado en el asiento delantero rumbo al hospital es que volvió a mi mente todo lo sucedido aquella mañana. Cerré los ojos y me obligué a conservar la calma, lo último que quería es que mi padre fuese primer espectador de un nuevo episodio de desmayo.

-          Tu madre está preocupada…- comentó mirándome de reojo mientras nos deteníamos en un semáforo.
-          Han sido días tensos, es todo…
-          Cree que estás sometida a demasiada presión en tu nueva escuela y el nuevo medio, ¿es cierto?
-          Supongo.
-          Aria… si necesitas ayuda…
-          No quiero ir a un terapeuta, papá.- repliqué seca.- ¿Por qué no pueden entender tú y mamá que lo que más detesto en el mundo es sentarme en un sillón a contar mis supuestos problemas? ¡Estoy bien!
-          Te acabas de desmayar, Aria, eso no es estar bien.
-          No tomé desayuno, ¿contento? – mentí- No alcancé a tomar desayuno, es todo… había olvidado revisar algunas cosas para una tarea, corrí casi toda la escuela hasta la biblioteca, me sentí mareada probablemente por el esfuerzo y ya…

El silencio llenó el resto del trayecto al hospital, eso me indicó que al menos papá había creído mi explicación de los hechos. El resto del día me la pasé entre consultas de paredes blancas, haciéndome exámenes y esperando los resultados, cuando al fin salieron a decirme que todo estaba bien –tal como ya lo sabía- pude volver a casa, donde ya me esperaba mamá quién apenas me vio me dio un abrazo de esos que te hacen sentir incómoda y ahí estuve otra hora tratando de convencer a mamá de que todo iba bien. Para cuando logré convencer al mundo y comer un plato enorme de pastas con salsa Normanda eran casi las seis de la tarde. Me di un baño de tina y me vestí con un cómodo buzo de franela y zapatillas de levantarse.

-          El doctor te ha dado licencia para mañana hasta el próximo miércoles…- bufé.
-          Estoy bien, mamá, quiero ir a la escuela.
-          ¿No podrías quedarte al menos mañana?
-          Vale.- respondí resignada.
-          Puedes invitar a tus amigos después de la escuela a que pasen la tarde contigo, mañana he pedido el último turno por lo que estaré contigo hasta las cinco y luego debo partir…- confesó algo agobiada
-          Bien… está bien, mamá…les diré a Lighton y Patrick…

Nos miramos unos segundos y mamá terminó sentándose junto a mi en la cama, sabía lo que venía, esa charla madre e hija que siempre trataba de evitar, no me mal entiendan, no es que no quisiera a mis padres, los quería y mucho, simplemente me sentía  tan harta de cosas que no podía hablar ni hacer entender con nadie que habían momentos y días en que me sentía sobrepasada, ese era uno de aquellos días.

Mamá acababa de poner sus manos sobre las mías en el típico gesto de comprensión y apoyo cuando el sonido del timbre interrumpió el momento, me alegré en parte que así fuera, seguramente sería algún vecino que haría que mamá olvidase sus ganas de conversar conmigo y así me ahorraría el tener que mentirle como siempre. Odiaba mentir, odiaba mentirles… pero no tenía otra salida, era eso o ser enviada a un sanatorio perdido en medio de Oklahoma.

Abracé mis rodillas mientras observaba por uno de los ventanales de mi habitación. Inevitablemente vino a mi todo lo sucedido aquel extraño día, mi cabeza era un hervidero de pensamientos confusos y contradictorios y no podía darles un orden claro y aunque sonara completamente banal –pero perfectamente comprensible para una adolescente de 16 años- lo que más me frustraba del asunto es que al fin me reconocía completamente enganchada de Ian Weismann… que resultaba ser un fantasma.

¿Han oído eso del mar karma? Seguramente en mi vida anterior fui una jerarca nazi y mi condena había sido esa, en mi siguiente vida ser una freak con pésimo tino para escoger chicos.

-          ¿Aria? – la voz de mi mamá se escuchó a lo lejos hasta materializarse ella misma asomándose por mi puerta.- Hay un amigo tuyo que te busca…

Me levanté de un salto. ¿Patrick? Seguramente seguía preocupado, sabía que no se había tragado completamente mi historia del estrés, tenía que idear algo rápido…

-          Está esperándote en la sala…- añadió antes de irse.
-          Bien… - dije mientras me calzaba unas zapatillas y me hacía un tomate alto para tomar mi cabello mojado. Salí de la habitación en dirección a la sala y entonces lo vi… parado en medio de mi living, sobre esa alfombra comprada en una mona tienda de diseño en medio de Chicago.

Estaba ahí, con su mirada celeste fija en mi.

Ian Weismann estaba en mi casa, había hablado con mi madre y se había presentado como un amigo.

Oh dios, de pronto, volvía a sentirme mareada y perdida.